Cómo imaginar lo inimaginable

Y sorprender al público


Siendo las tres de la mañana, y habiendo visto la mayoría de críticas de Parásitos que encontré en YouTube, terminé viendo un seminario de un señor que escribió un libro llamado El guion. El señor en cuestión se intitula Robert McKee. Con la consabida intención que cualquiera tiene de llevar agua a su molino cuando da una conferencia, “Bob” dijo que el único momento de creación pura era la escritura. Y que, desde este punto en adelante, todo lo producido eran adaptaciones de lo anteriormente escrito. Sea esto posiblemente una sobresimplificación, una verdad a medias como todas las máximas (incluyendo esta), lo que es cierto es que la escritura, como el más abstracto de los códigos, es, quizás junto con la música, la que golpea más de cerca la imaginación de quien recibe el mensaje. Es un medio donde el soporte físico no tiene casi incidencia en el mensaje. Y el “casi” viene a cuenta de las diferentes experiencias que se obtienen si uno lee desde una edición de bolsillo, un libro objeto, el celular o un ebook. Pero, en todos los casos, la obra es esencialmente la misma; el impacto de la historia no depende de la tipografía ni el interlineado.

Pero esto no se trata de volver a señalar la potencia que tiene la literatura a la hora de estimular la imaginación, de lo arraigado y cercanos que sentimos los personajes que conocemos a través de los libros, ya que en gran parte los hacemos según nuestros ideales. Un libro es prácticamente una comunicación sin intermediarios entre dos pensamientos: el del autor, que imagina y guía, y el del lector, que es guiado y completa el paisaje abocetado. Por eso cuando vemos la adaptación de una obra literaria a otro medio, muchas veces sentimos la misma decepción que nos invade cuando alguien nos ofrece pastafrola y, justo después de haber aceptado tal convite, como una daga traicionera, nos apuñala con “es de dulce de batata, ojo”. Pero el tema es qué tan conscientes somos, como creadores de contenido, de la capacidad imaginativa que tendrá nuestro espectador/lector/jugador.

Cuando en una ilustración, animación o página de historietas elegimos mostrar que un gnomo vive en el bosque "del misterio absoluto y coso", tenemos que saber que no solo estamos luchando contra las peliagudas dificultades nuestro oficio, sino también contra la imaginación de quien consumirá esta obra: elegimos reemplazar su perfecta, personalísima y totalmente satisfactoria representación de "el gnomo que vive en el bosque del misterio absoluto y coso" -que generará su imaginación al momento de leer esta frase- por una creación ajena. Y una imaginación contemporánea que, a esta altura de la cultura occidental hiperconectada -con la sobredosis de imágenes que recibimos constantemente-, está tan entrenada y fortalecida como el ínclito Dwayne Johnson, es un oponente muy difícil de sorprender

Pero incluso con esta ventaja, manejarse con relatos y textos no nos deja en terreno seguro a la hora de sorprender al lector. Porque, aunque pienses que el mensaje que querés transmitir (sea este el argumento de una novela, una marca que necesite un logotipo, la mejor de las óperas espaciales o lo que sea) es lo bastante potente como para valerse por sí solo y dejar marca, estarás perdiendo de vista lo importante de una obra. Lo que terminará de convencer al espectador será que tomes por asalto su imaginación, que le des algo inimaginable.

Vayamos al caso de una novela: El Gnomo que vive en el bosque del misterio absoluto y coso. Pensás que, tal vez, el título pueda mejorarse, pero tenés una historia con sesenta y cinco personajes y un desarrollo de ochocientas páginas, y te decís “la historia es tan buena y sorprendente que se mantiene por sí sola”. Falso. Todo argumento que se pueda contar ya se ha contado. Incluso hay listas de los tipos de historias que se pueden contar. Historias de amor, venganza, superación, de ascenso y caída, etc. Entre cinco y doce tipos de historias varían de autor en autor. Si tu historia necesita de las ochocientas páginas para desarrollarse, recaerá la responsabilidad de mantener la atención del lector en tu capacidad de escribir bellamente.

Pensemos ahora en una ilustración que, como ya dijimos, arranca un paso más atrás que el texto al poner frente al concepto interno que tiene el espectador de cómo debe verse “el gnomo que vive en el bosque del misterio absoluto y coso”. Por lo tanto, nuestro dibujo debe tener algo nuevo y sorprendente. Algo que sea más atractivo que su versión mental de aquel gnomo. Si no podémos hacer eso, es mejor seguir con la palabra escrita.

Hoy día, con solo meternos en Bing… ja, ja, ja. Sí, fue divertido y todos nos reímos. Ahora, en serio: con solo meternos en Google y buscar “gnomo que vive en el bosque”... Eh, es mejor que pongas el filtro de resultados en “búsqueda segura”. Sí, ya sé que lo tenés desactivado por cuestiones de bla, bla, bla. Nadie te está juzgando. En fin, la cosa es que aparecerán kilos y kilos de imágenes de gnomos viviendo en el bosque. Fijate que muchas de las imágenes van a ser muy parecidas entre sí. Esto se debe a que cada época tiene una estética dominante. (incluso cada rubro). Si se piensa en “arte conceptual para videojuegos”, aparecerá cierto estilo de dibujo/pintura. Si se piensa en diseño web, habrá una estética dominante, y así en todos los rubros.

Ahora bien, encolumnarse detrás de estas tendencias tiene la ventaja que nos dará como resultado hacer una obra que será fácilmente aceptada, ya que responde a todos los parámetros establecidos por las industrias dominantes. Pero, como contrapunto, será una obra de poco impacto a la hora de sacudir la imaginación porque, justamente, está perfectamente alineada con las tendencias dominantes. Corremos el peligro no hacer “algo más del montón", pero, como generadores de contenido, es nuestro trabajo buscar el modo de romper con esta “monotonía”, encontrar en las herramientas de nuestro oficio la manera de volver a sorprender a un espectador saturado de productos multimedia.

Etiquetas: La columna de El Santa

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