Cómo producir en tiempos de pandemia

Y cuáles son las fortalezas del artista independiente


Una vez escuché decir que Steven Spielberg era el único cineasta realmente independiente. Después de forjarse una carrera a base de éxitos de taquilla que se convirtieron en clásicos atemporales, este director tiene el prestigio y el peso dentro de la industria para encarar cualquier proyecto que desee, estrenarlo donde se le ocurra y tener todo el aparato publicitario a sus pies.

Si estás leyendo estas líneas, tal vez no seas Steven Spielberg. Si lo sos, solo diré: dejá que Indiana Jones descanse en paz. Pero, para ser conservador en mi pensamiento, daré por sentado que el amigo Steven no leerá esta columna. Y es mejor, porque no es a quién quiero dirigirme. Si estás leyendo esto, tal vez tengas una sola cosa en común con el padre de E.T. y los dinosaurios del parque jurásico: también sos un creador, de material gráfico o audiovisual. Para el caso es lo mismo: ilustrador, diseñador gráfico, historietista, animador, escritor, etc.
 
Quizás estés estudiando, teniendo clases por videollamada o, si sos afortunado, trabajando de “lo tuyo” con tu remera vieja preferida, aprovechando las ventajas que puedas encontrarle al teletrabajo. Pero por ahí estás trabajando de algo que no tenga nada que ver con “lo tuyo”. Porque sí: eso que es tuyo no se te va porque no sea remunerado o no genere dinero. Eso (dibujar, animar, contar historias, etc.), que es lo tuyo, siempre va a estar ahí. En cualquiera de los tres escenarios, seguramente tendrás tus proyectos personales. Esos que ya llevan varios años gestándose, que le están sacando tiempo al tiempo de descanso y robándole horas de sueño por la mañana o por la noche, o secuestrando la mesa del comedor los sábados o domingo para poder desplegar tus herramientas y saturando la compu de programas (que sabemos que no “crackeaste”) con interminables tutoriales en la lista de “ver más tarde”. Y si algo de esto es cierto, también, como Spielberg, sos un artista independiente.

Para quien no lo sepa (o si esta es la primera de estas columnas que leés), el tema de la producción independiente es algo que subyace en casi todo lo que escribo, porque me reconozco como tal y es algo que me replanteo constantemente.
 


En estos tiempos extraños que estamos pasando, en esta especie de apocalipsis por goteo que está sucediendo -mientras todos esperamos que venga algún “coso” que lo dé por tierra-, es importante reflexionar sobre nuestro hacer en alguno de esos tiempos muertos entre la maratón de una serie y el tercer paquete de bizcochitos de grasa que te bajás. Si sos un artista independiente -y uso la palabra "artista” sin la connotación casi mágica que hoy pueda llegar a tener, esa del artista iluminado que crea en un momento de inspiración- (digo artista y tal vez debería decir “artesano”, ya que pienso en alguien que aprende una técnica con esfuerzo para dominar una disciplina y expresarse a través de ella), es mejor que conozcas tus fortalezas. Es importante, antes que nada, diferenciar entre lo que te educa, lo que consumís y lo que producís.

Lo que consumís es eso que te gusta, eso que podés llevar en una remera y que, a veces, hace que tengas discusiones absurdas en Twitter. Es eso que podés ver, leer o escuchar todo el día. En mi caso y por mencionar una de las tantas cosas malas para el cerebro que suelo ver, podría mencionar a El trío Galaxia, una serie que difícilmente entra en la categoría de animación, producida por Hanna-Barbera en 1967. Esto es lo que consumo, más allá de sus defectos y virtudes. Pero triste sería pretender educarme a fuerza de capítulos de esta serie de ciencia ficción. Como virtudes, podría encontrar el maravilloso diseño de personajes de Alex Toth; también es útil ver cómo se puede desarrollar una historia simple en poco más de seis minutos. Pero la educación de un artista debe ir más allá de sus gustos. Y no solo me refiero a educarse explícitamente (carreras, cursos, ejercicios, etc). Hablo del consumo como creador, de tener “activa” la mirada crítica sobre lo que vemos. El trío Galaxia me gusta, pero su animación es básica. Ghost in the Shell 2 tiene una animación maravillosa, pero me aburre. Pero si te aburre, que te nutra desde otro lado: planos, fotografía, transiciones, encuadres, etc.
 


Queda pensar en lo que producimos para no confundirlo con ninguno de los dos puntos anteriores. Para eso, reconocé tus fortalezas: si intentás hacer tu versión de Ghost in the Shell usando las funciones del Krita (gran programa) en una notebook que tiene ya cinco años en la espalda, probablemente no llegues a nada y termines llorando en la ducha abrazándote las rodillas. Sería como intentar filmar Ready Player One con tu teléfono… Automáticamente ducha, llanto y abrazo de rodillas. Pero un La bruja de Blair sería factible, como para dar un ejemplo de que las limitaciones de recursos pueden salvarse eligiendo el proyecto adecuado.

No intentes producir lo que consumís, porque el contexto y las herramientas son diferentes. Tampoco tenés la necesidad de ajustar tu obra a las necesidades de un mercado. Y no es necesario que le bajes los decibeles a tu historia por pensar en el público objetivo. Esas son solo algunas de tus fortalezas, las generales y comunes a todos los artistas realmente independientes. Y si tu intención era fundar una especie de universo Marvel y ahora no sabés qué contar, contá la historia de alguien que después del trabajo le sacaba horas al día para dedicarlas a su proyecto. Porque sí, porque es lo que quería hacer. Y lo siguió haciendo incluso cuando un apocalipsis detuvo al mundo.

Etiquetas: La columna de El Santa

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