Da Vinci y el gaming

Por Emilio Gola

El legado de Leonardo Da Vinci también llega a una de las artes más interactivas y prósperas, el videojuego. Es que si su gran parte de su obra se centra en la anatomía, los rasgos identitarios de las personas, los paisajes y hasta la narración por intermedio de sus pinturas, todo encaja de maravillas con esas historias o entretenimientos que tienen su hogar en las PC, consolas y dispositivos móviles.

Todo comienza con el propio Leonardo, puesto que su nombre aparece en títulos como Los secretos de Da Vinci: el manuscrito prohibido (2006) y La casa de Da Vinci (2017). En ambos, el jugador se relaciona con enigmas, rompecabezas y mecanismos relacionados directa o indrectamente con el genio renacentista. Uno transcurre tras su muerte y dentro de la última casa que habitó. El otro tiene como objetivo encontrar al artista, ya que ha desaparecido. 

Pero lo importante es los juegos utilizan las obras de Leonardo como disparadores, es decir, el usuario necesita verlos e interactuar con ellos y resolver sus problemas de carácter lógico-físico para avanzar en la trama. Como sucede en las películas, todo lo que podría funcionar lo hace: la magia de Da Vinci es perfectamente adaptable a la magia del videojuego.

Por supuesto, eso es solo el comienzo. El italiano no solo está incluido en el gameplay de las obras interactivas, sino también en el proceso de desarrollo de un videojuego. 

Los juegos necesitan, por ejemplo, esculturas en 3D que, sean o no de criaturas totalmente inventadas, requieren conocimientos de anatomía. Y allí está Leonardo, con su dibujo del Hombre de Vitruvio o la complexión que exhibe en los cuerpos de sus pinturas y demás bocetos. Sin esa base, cualquier tipo de emprendimiento fallaría por volverse inverosímil. 

Además, su curiosidad e investigaciones forman parte de lo que significa hacer un videojuego. Sea un RPG, un shooter o uno de carreras, el desarrollador debe recabar toda la información posible tanto para respetar cada elemento de forma rigurosa como para romper alguna que otra regla según sus intenciones de gameplay (cosa imposible de llevar a cabo si uno no conoce con qué ítems trabaja).

Esta especie de conciencia davincesca es un aspecto fundamental del corazón de un juego: si para el renacentista era una aventura salir a descubrir, recrear, representar y ofrecer al público distintos sectores del mundo natural, lo mismo vale para un realizador de cualquier proyecto que incluya programación, game design y arte audiovisual.

Si un juego es una aventura, la meta-aventura consiste en investigar esa tríada de producción para buscar cosas que innoven y provoquen genuino interés en el usuario. Genuino, porque el marketing siempre puede ser excelente pero engañoso, derivando en polémicos casos como los de los títulos No Man's Sky y Anthem. Da Vinci tenía una promoción casi directa en la sociedad de su época, pero no le faltaba corazón para cada uno de sus proyectos. A un buen creador, tampoco.

Por otro lado, en la conferencia que brindó en 2017 en Escuela Da Vinci, Pablo Toscano, director de animación en Ubisoft (una de las empresas de videojuegos más grandes del mundo), señaló que los videojuegos "permiten vivir el futuro". Cuando uno observa el helicóptero, la escafandra, el tanque o el planeador de Leonardo, ¿no se corporiza de inmediato esa frase? ¿Será que el artista permitió vivir algunos de los, no ya inventos, sino momentos interactivos que llegarían medio milenio después?

No hace falta más que tomar cualquier producto de las primeras épocas del videojuego y compararlo con las actuales para ver cómo el entendimiento científico-artístico evolucionó y, dentro lo virtual, hizo realidad los detalles que el genio del 1400 quería perfeccionar boceto tras boceto. La imponencia corporal de Kratos en God of War, los pintorescos castillos y casas de Age of Empires, la mirada putrefacta y perdida de los zombies de Resident Evil, la búsqueda de soluciones mecánicas en Half-Life...

Al igual que Da Vinci, la industria avanzó en sus propios procesos y comprendió el poder de futuro que tenía en sus manos. Poder que se remonta 500 años hacia la mente de un artista cuyo secreto, tal vez, fue ver un magnífico juego que atravesara todas sus propuestas.

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