Digital vs. tradicional

La gloria del artista que se resiste a desaparecer


Podrán llamarme romántico

- ¡Eh, romántico!
- Voy…

Como decía, podrán llamarme romántico, pero dibujar sobre papel tiene un encanto que nada lo supera.

Siendo freelance, no me canso de reconocer los beneficios que trabajar en digital ofrece. Día a día, los programas de diseño, edición de imagen y vídeo -los programas para dibujar y animar- son cada vez más potentes y ofrecen herramientas que nos ahorran tiempo y ponen a buen resguardo nuestra columna vertebral, por no mencionar la capacidad de edición y corrección que tenemos sobre la obra (siempre y cuando no acoplemos todas las capas en una sola). Negar este hecho nos pone, por buscar un ejemplo que calculo que todos tenemos presente, en el lugar de Giles, interpretado por Richard Jenkins. Este ilustrador, uno de los tantos adorables personajes que habitan The Shape of water (La forma del agua, 2017, dirigida por el gran Guillermo del Toro), se ve desplazado por las nuevas tecnologías hasta volverse virtualmente obsoleto. No por una falta de talento, ni porque las nuevas tecnologías puedan lograr cosas que él no puede. El caso que se toma para ilustrar esto es el color de una gelatina, de rojo a verde, dentro de una escena típicamente familiar.

En un estudio fotográfico, tener una decena de colores de gelatinas y probar cientos de variantes en poses y gestos familiares es, por mucho, más veloz y menos costoso que encargar la misma cantidad de ilustraciones acabadas. Podríamos, desde aquel momento en el pasado, extrapolar y seguir con este hilo de pensamiento, y decir, entonces, que la meticulosa preparación de un estudio de fotografía perdió peso al tiempo que los programas de edición de imagen (sí, Photoshop, estamos hablando de vos) se volvieron capaces de corregir exposición, tono y saturación, eliminar objetos y hacer casi cualquier cosa que podamos pensar. Tanto es así que la fotografía, maravilla de la modernidad que un día se pensó como la racionalidad absoluta de la imagen, ahora tiene tanto peso testimonial como una ilustración publicitaria.

Pensemos en un futuro no muy lejano, donde el fotógrafo y el programa de edición de imagen sean directamente reemplazados por un programa de ilustración hiperrealista capaz de prescindir por completo de una referencia puntual para generar la imagen. Se daría nuevamente las riendas a otro ilustrador (esperemos sea algún descendiente de aquel Giles) que tan mal la pasó. Mismo oficio, con nuevas herramientas

Sí, lo digital es fantástico para producir y trabajar, pero… Cuenta la anécdota que el representante de Sara Pichelli le pedía por favor que dibujara algo sobre papel para poder venderlo. ¿No tenés idea de quién es Sara? Ella es una dibujante italiana que trabaja principalmente para Marvel y que le dio vida a Ultimate Spiderman, más conocido como Miles Morales, alias “el mejor traje de hombre araña que jamás se diseñó”. Se rumorea por las esquinas de la ciudad que Sara realiza la mayor parte de su trabajo en digital, cosa que terminó siendo un dolor de cabeza para su representante, ya que hay un gran mercado de compra y venta de originales de páginas de historietas de grandes artistas. Pero esto no se aplica a los “originales” en digital. Porque, por suerte -o por desgracia-, seguimos encariñados al carácter físico de la obra de arte, con esa evidencia única del trabajo de quien admiramos. Por razones estéticas o puramente especulativas, los originales siguen tan vigentes como en el Renacimiento.

Ok, el soporte tradicional de una obra sigue teniendo cierto encanto para el consumidor especializado, pero ¿qué podría ofrecer esto al artista que tantas bondades encuentra al trabajar en digital?… La respuesta es sencilla: Nada, salvo la gloria.

Salir a las cinco de la mañana a buscar la luz perfecta; saber que el tiempo corre y que la posición del sol cambia a cada minuto, que solo se tiene una cantidad limitada de fotografías para tomar; tener que jugar -y me van a tener que perdonar por la cursilería- con los caprichos del viento que serán finalmente los que terminen de ajustar la posición de los árboles y, por tanto, de la composición de la toma; hacer solemne juramento de que esa foto no va a pasar por retoque digital alguno; apagar la computadora y alejarse de los “formatos” y píxeles; abandonar el escudo del “control Z” y desenfundar el pincel redondo y bañarlo en tinta negra, verdadera sangre del dibujante; ser consciente y aceptar el reto de que cada línea será la definitiva...  Podría hacer un paralelismo cinematográfico: dos adversarios que, en el enfrentamiento final, dejan todas las armas a un lado. Uno contra uno, solo con sus manos desnudas listas para medir su valía. Y, quizás, algo de lo épico de estas batallas sea lo que quede impregnado en las obras originales, siendo eso lo que trasciende la materialidad del objeto y fascina al peregrino.

Y esto es un poco el romanticismo con el que empezaba estas líneas. Y es que sí: todo aquel que se dedique a “esto” lleva en sus entrañas a un héroe romántico que busca alguna gesta épica que quede en el recuerdo de, aunque sea, una sola persona. Aunque, después, el día a día sea un puro pintar gelatinas. 

Etiquetas: La columna de El Santa

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