Las cinco mejores sagas literarias

La Biblioteca del Fin del Mundo - 13º Capítulo

Podés ver el 12º capítulo de la Biblioteca del Fin del Mundo en este LINK.

¿Cuáles son los mejores libros, cómics y películas de la historia? En esta serie creada por El Santa (santaplix_el_santa), un muchacho escapa con su carpincho (sí, leíste bien) a través de un mundo posapocalíptico mientras hace la lista de textos a salvar en su... ¡Biblioteca del Fin del Mundo!

"Esa noche entendí que la ligereza de espíritu que anima a la mujer broncínea que viaja con nosotros, no es de ninguna manera desinterés o cinismo. Rasgos con los que pintamos constantemente a los habitantes del mundo de los tiempos infinitos. Para explicarlo mejor utilizaré la imagen del rauco. Ya que puedo dar por seguro que todo aquel que escuche esta crónica estará familiarizado con dicho animal. La mayor parte del cuerpo de esta bestia marina está constituido por un gel poco denso que se mezcla con el agua, filtrando de ese modo su alimento microscópico. Viendo esto podríamos decir que tal entidad es la nada misma. Poco más que una burbuja tibia y un poco más densa que el océano circundante. De pensar esto estaríamos olvidando el núcleo nervioso de este animal. Un cuerpo esferoide, encapsulado por un conjunto de placas hexagonales de altísima densidad. Este centro virtualmente indestructible hace avanzar al rauco mediante pequeños filamentos móviles que a su vez van recogiendo información necesaria (temperatura del agua, composición del suelo, vegetación, etc.). Bien, el carácter de Mahapu, tiene esta doble naturaleza. En el día a día convivimos con su parte maleable, fácil de llevar, adaptable, manejable incluso. Parecería que su existencia se redujera a la chispa intrascendente del ahora. Ningún espacio, momento del día u objeto pareciera tener para ella otra dimensión que la funcional. Pero, pasadas tres noches ya, fue que pude ver lo que sucede cuando algo se opone y amenaza a su núcleo inamovible de ideas. Recordar lo sucedido sigue interfiriendo con la sincronía de mis armónicos".

El Tege, bitácora de la travesía por el mundo joven.


Machuca vio la pila de libros que había seleccionado y dijo: “Todo esto no va a entrar en el auto, vamos a tener que conseguir un vehículo más grande”. El Tege vivía estas excursiones a las bibliotecas de cada pueblo que atravesaban con gran ansiedad. Mientras que Mahapu disfrutaba de la aventura sin un plan preestablecido. Mientras que Machuca fundaba una biblioteca como un altar al mundo que estaba desapareciendo, El Tege tenía una misión sagrada. Él había sido creado con un propósito claro. Primero localizar a Arami, después, a través de ella, llegar al dispositivo que había causado el colapso de las tres esferas.

A diferencia de la mayoría de las veces, en la Biblioteca José Hernández, la encargada, Irma, se mantenía firme en su puesto de trabajo. Había hecho un hogar de su oficina pocos días después de que su esposo se desvaneció en uno de los destellos blancos. Luego de los extraños seres, edificios translúcidos y máquinas imposibles que habían aparecido, y a veces desaparecidas, no le sorprendió ver al particular trío de viajeros. Muy por el contrario les abrió las puertas de su biblioteca, les ofreció mates, y sopaipillas.

Los libros empezaron a temblar en las estanterías y por las ventanas solo podía verse tierra arremolinada golpeando los vidrios, Mahapu entró corriendo con un chico de la mano. Trabó la puerta y cerró los postigos de todas las ventanas. El tranquilo momento, el girar del mate se cortó en seco y el fin del mundo volvió a marcar el compás de los acontecimientos. Afuera un grupo de soldados formaron un perímetro. Más allá de las casas linderas se veían aterrizar helicópteros bien armados. Escucharon disparos, gritos y órdenes escupidas en inglés. El pueblo había sido invadido y ellos estaban sitiados.

Retrocedamos unos de meses en el tiempo...

En un laboratorio subterráneo del norte europeo, un experimento había salido mal y las esferas comenzaron a colapsar una sobre otra. Como síntoma de la catástrofe, un apagón recorrió todo el globo en cuestión de segundos. Los núcleos científicos de las grandes potencias recogieron todos los datos que encontraron. Comenzaron a dar cuenta de los destellos blancos y a registrar los diferentes acontecimientos y apariciones. Las mentes más educadas del planeta elaboraron numerosas teorías... Todas equivocadas. Pero esto no retrasó en nada la acción armada que los Estados Unidos y sus aliados desplegaron sobre el mundo occidental y occidentalizado. Los documentos oficiales autorizaban a los miembros de la OTAN a recolectar los artefactos y seres aparecidos tras los destellos, allí donde aparecieran, sin importar fronteras. Pero como suele suceder, el ejercicio de estos permisos fue, por decirlo de modo amable, aplicado con imaginación y un retorcido entusiasmo.

A Las “fuerzas de protección global" no les representó esfuerzo alguno tomar por asalto aquel pueblo de Mendoza. Capturar con vida a los dos eventos biológicos (Mahapu y El Tege) sería otro cantar. Aseguraron todas las calles que llevaban a la biblioteca. La rodearon. Dieron órdenes a través de unos parlantes. Esperaron. Sacaron de las panzas de sus helicópteros, alambre de púas y delimitaron un perímetro negro y enrulado. Volvieron a gritar órdenes. Nadie contestó. Nadie salió con las manos sobre la cabeza. Algún pájaro que sobrevolara el lugar habría podido ver a los invasores moviéndose como líneas de hormigas. Avanzaban hacia la paredcita que delimitaba el terreno de la biblioteca.

Aunque esa noche era de luna nueva, los soldados podían ver todo con claridad. Todo verde, gracias a sus lentes de visión nocturna. Eran hombres cableados y cubiertos por la mejor tecnología que se podía comprar. Avanzaban, ignorantes de todo, salvo la mejor forma de avanzar. Suponían que la misión seguiría siendo tranquila, que una endeble construcción del Cono Sur repleta de libros no supondría mayor dificultad que uno de sus entrenamientos. Pero El Tege abrió la puerta. Una escafandra metálica se desplegó en sucesivas placas. Quedó blindado. Avanzaba sereno, sin miedo, ni furia. Sabiendo que la tecnología de la esfera que lo vio nacer no funcionaba a su plena capacidad en este mundo, sus padres lo bendijeron con herramientas básicas pero contundentes. Algún soldado de alto rango seguía gritando por un altoparlante, mientras las órdenes que se daban por los intercomunicadores personales indicaba seguir avanzando e inhabilitar al objetivo en cuanto se tuviese un disparo seguro. El acorazado escarlata se detuvo al llegar a la pequeña pared, a unos metros el alambre de púas. Más allá, hombres armados avanzaban agazapados.

Como quien cuenta ovejas en un rebaño, El Tege disparó a la cabeza de cada soldado que se acercaba. Rodeó la biblioteca y ejecutó a cualquiera que se acercase al alambre. Todos los disparos, en la cabeza: ni un solo proyectil desperdiciado. Mientras hacía su recorrido, tuvo que dar dos vueltas enteras a la biblioteca para que entendieran su mensaje. Mientras avanzaba, un aura de chispas doradas lo rodeaba como luciérnagas. Y cientos de balas estrelladas inútilmente contra un material mucho más denso caían a los pies del carpincho. Veintisiete cadáveres más tarde, cesaron los disparos. Los soldados dejaron de avanzar. El Tege esperó unos minutos y regresó a la biblioteca.

Después de este primer encuentro, las fuerzas de ocupación intentaron pequeños ataques indirectos: gas, drones, humo, algún soldado especialmente entrenado intentando una incursión solitaria, etc. Pero, en cada oportunidad, El Tege anulaba con precisión los ataques militares. Se había establecido un juego de resistencia. Y de astucia, más que de fuerza.

"Preferiría encontrar alguna salida que no significara asesinar a todos los soldados y, por ahí, morir en el intento, o dejar al pueblo prendido fuego. Y como avisó acá Irma, ya no queda mucho más para morfar", dijo Machuca mientras le pasaba el mate a su anfitriona, quien, con un gesto de la cabeza coincidió con las palabras del muchacho. "Ya descartando la aniquilación, la construcción de un túnel y la posibilidad de que el cíborg tenga la capacidad de volar, no sé qué otra cosa podríamos intentar", Mahapu hizo una pausa para recibir el mate. “Pero, en momentos así, sé por experiencia que los ánimos son tan importantes como los estómagos. Yo voto por escuchar otra de tus historias”, dijo Irma. Trece días pasaron y, cada noche, Machuca narró una historia. No la leyó: en la cerrada oscuridad autoimpuesta para no delatar movimientos ni consumir la escasa energía que tenían, leer era imposible.

Estas fueron las historias que aquel niño envejecido de Jujuy les contó a sus compañeros:

Neuromante (1984), Conde cero (1986) y Mona Lisa acelerada (1988), de William Gibson

Podríamos decir sin caer en muchas inconsistencias que todo lo que pensamos al pensar en ciencia ficción sale de estos libros.

Harry Potter y…, de J.K. Rowling

La piedra filosofal (1997), La cámara secreta (1998), El prisionero de Azkaban (1999), El cáliz de fuego (2000), La orden del Fénix (2003), El misterio del príncipe (2005) y Las reliquias de la muerte (2007). Obra que tiene un pie en el sXX y otra en el sXXI y crea todo un nuevo universo fantástico que hasta el día de hoy se sigue expandiendo.

Un mago de Terramar (1968), Las tumbas de Atuan (1971), La costa más lejana (1972), de Ursula K. Le Guinn

Lo que hace la señora Le Guinn con esta trilogía -y cuándo lo hace- es maravilloso. El diseño del mundo y la potencia alegórica de las historias es admirable.

La saga de los confines, de Liliana Bodoc

Los días del venado (2000), Los días de las sombras (2002) y Los días del fuego (2004) conforman una historia épica y fantástica que no se basa en la mitología europea. La clásica lucha del bien y el mal, pero vista desde otro lado.

El recuerdo del pasado de la tierra, de de Liu Cixin

El problema de los tres cuerpos (2006), El bosque oscuro (2008) y El fin de la muerte (2010) conforman esta trilogía de ciencia ficción. De las pocas sagas que hacen sentir una expansión constante de la historia.


Al caer la tarde del día treinta del asedio, Mahapu se asomó por la ventana cuando escuchó un grito entre las tropas. Pudo ver como se partía en dos un grupo de soldados para revelar la figura de un hombre arrodillado. Corrió hasta la puerta atropellando a Irma. Machuca se asomó desde la sala de lectura. La aventurera, visitante de otra esfera, abrió la puerta lanza en mano y rugió furiosa tanto y tan alto que el disparo no se escuchó. Francisco (averiguaron después cuál había sido su nombre), cayó suelto de músculos y sin cara sobre la calle de tierra. El Tege pudo agarrar a Mahapu antes de que arremetiera. La jaló hacia atrás y ambos cayeron adentro de la biblioteca. Machuca cerró la puerta, pálido por lo sucedido. “Un poco de cordura, ya nos has hecho suficiente daño. Ahora saben cómo presionarnos. Esto no va a detenerse", el hocico del carpincho temblaba con la fuerza del reproche cerca del oído de Mahapu. Ella reconoció la verdad en las palabras del cíborg y quedó tirada en el piso, sin moverse, pensando en lo que había desencadenado y cómo detenerlo.

Cómo cada mañana, Machuca se despertó primero. Después de todos estos meses, su nuevo cuerpo y su mente estaban sincronizados. La correcta percepción espacial de su nuevo ser le permitía disfrutar de sus nuevas capacidades físicas: fuerza, velocidad, altura. Así, muchas de las tareas cotidianas ahora le resultaban extremadamente sencillas. Lo que aún le resultaba extraño era la dura piel que cubría sus manos. Cuando agarraba algo, la sensación de la textura del objeto le llegaba como un débil eco. Abrió el paso de gas de la garrafa, encendió la hornalla del calentador y puso la pava. Escuchó que Irma lo llamaba. Ella se asomaba a la ventana de adelante. Espiaba a través de la persiana. El Tege se acercó desde la sala de informática, donde había decidido pasar las noches. Más allá del alambre de púas, todos los soldados estaban de pie, sin cubrirse, sin llevar armas. Estaban mirando algo en lo alto, por sobre la biblioteca, aterrorizados, sin moverse. "Plic"... El sonido de una gota espesa los sorprendió por la espalda. En el techo una mancha, oscura floreció en una gota casi coagulada. Estuvo germinando toda la noche, había dado su fruto. Un punto rojo en el piso de la biblioteca. Los tres corrieron a buscar a Mahapu. La encontraron tranquilamente dormida, cubierta de sangre. Su arma, en el centro de un charco de sangre, junto al tendido que había improvisado a modo de cama. 

Cuando las suaves palmaditas sobre el hombro la despertaron, ella pudo ver la cara espantada de su compañero de viaje. Detrás de él, el carpincho y la bibliotecaria. "He luchado contra numerosos ejércitos como para saber cómo funciona el terror. Cómo los hombres se transforman en bestias". Escucharon un quejido sobre sus cabezas. Algo arriba todavía se estaba muriendo. Entre la sangre que rodeaba la lanza de plata, Irma descubrió una oreja.

Afuera, los soldados seguían atados a una espantosa silueta. El enorme cuerpo de una bestia destripada parecía yacer sobre el techo de la biblioteca. Pero cada costilla que se elevaba era un cuerpo empalado. Y podía contarse una docena de ellos. En el centro de esta declaración de principios, atado a una equis de madera improvisada, agonizaba el asesino de Francisco. El peso de su cuerpo descansaba en las ataduras que estrangulaban las muñecas. Más allá del vientre, su cuerpo se transformaba en una guirnalda doliente que llegaba hasta sus pies. Aún emitía sonidos.

Pasaron unos días más. La sangre se secó. Llegaron las moscas y algunos caranchos. Irma no pudo volver a mirar a Mahapu a los ojos. Ella se pasaba la mayor parte del día en silencio, afilando su lanza. Machuca intentaba animarla. Y desde lejos El Tege la miraba con un nuevo respeto. Afuera no había movimiento alguno. Y fue una de esas mañanas silenciosas que una regordeta figura acabó con ese extraño ambiente de cementerio que se había apoderado de la biblioteca: uno de los vecinos los animaba a salir; hacía enormes gestos con los brazos.

Desde el primer día, las fuerzas de ocupación se encargaron de someter a la población a través de la intimidación. Magreaban a las mujeres y golpeaban a los hombres. Al terminarse la comida, simplemente empezaban a saquear las casas y negocios. El pueblo entero aguantaba los abusos esperando que, finalmente, el ejército se marchara. Pero, al ejecutar a Francisco, todos, incluso los soldados, supieron cómo escalarían las cosas. Mahapu reaccionó como lo dispuso su estirpe guerrera. El pueblo, que nada sabía de batallas, se organizó para hacer valer su única carta: envenenaron la comida que, sabían, les vendrían a robar.

Sabiendo esto, nuestros aventureros fueron invitados a una cena de despedida. Sería mejor para la memoria de estos héroes decir que no existió un momento de duda, pero no fue así. Fue Machuca quien aceptó la invitación en nombre de todos y así, los tres, se sometieron al juicio del pueblo.

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