Las cinco mejores Historietas Argentinas

La Biblioteca del Fin del Mundo - 4º Capítulo

Podés ver el 3er capítulo de la Biblioteca del Fin del Mundo en este LINK.

¿Cuáles son los mejores libros, cómics y películas de la historia? En esta serie creada por El Santa (santaplix_el_santa), un muchacho escapa con su carpincho (sí, leíste bien) a través de un mundo posapocalíptico mientras hace la lista de textos a salvar en su... ¡Biblioteca del Fin del Mundo!

Para el extraño pájaro (mezcla entre un cóndor y un tucán) que planeaba las corrientes cálidas de aire, el auto de Machuca no era más que un punto entre verde y marrón que avanzaba sobre una cinta gris.

A esta altura del viaje, y después de unas cuantas aventuras, Godzilla ya se había adueñado del asiento del acompañante. Inclinaba y estiraba el cuello, acercándose a la ventanilla abierta, olfateando el aire. Atrás había quedado Aguas Calientes. Esta vez, Machuca no quiso arriesgarse y solo tocaron tangencialmente aquel poblado. Entraron a un viejo caserón que nada tenía que ver con el resto del pueblo. Estaba en las afueras y desentonaba con el paisaje. Deshabitado, abierto y descuadrado, como quedan las cajas que caen desde una gran altura. De la abundancia que ahí encontraron, se llevaron la comida... y lo que quiso ofrecerles la fortuna para su futura biblioteca: historietas. Toda una colección de historietas argentinas:

El eternauta (1957-1959)

Publicada en la revista Hora Cero y serializada a lo largo de 106 capítulos -con guion de Héctor Germán Oesterheld y dibujos de Solano López-, pocas cosas se pueden decir de esta historia que no se hayan dicho ya: un clásico internacional de la historieta, un enfoque rompedor para su época, una nueva clase de héroe. Una historia de ciencia ficción que no necesitó ambientarse en una de las típicas ciudades estadounidenses.

Existe siempre la duda: ¿es la nacionalidad de la obra la de sus autores o la del país donde se publica? Bueno, en esta lista existen dos obras que no podrían haber nacido en otro lugar. Esta es una de ellas.

Mort Cinder (1962-1964)

Publicado en la revista Misterix, con guion de, nuevamente Oesterheld, y dibujos de Alberto Breccia (nacido en Montevideo y mudado a Buenos Aires a los tres años, donde desarrolló toda su carrera). Siempre vi esta historia como el lado tenebroso de El eternauta. Si el primero es en clave de ciencia ficción, este es de terror y misterio. Y cómo no serlo, cómo no aprovechar la manera única que tenía Breccia de entender y componer con el blanco y negro.

Mafalda (1964-1973)

¿Qué tan famosa es Mafalda? Umberto Eco, semiólogo y filosofo italiano, escribió el prólogo para su edición en ese país. Al hacerlo, dijo que leer esta tira era fundamental para comprender a la Argentina. No solo me llevo a Mafalda por Mafalda, sino también por Quino, su autor y, en él, toda su obra. Siempre del lado Quino de la vida.

Basura (1986)

Con Carlos Trillo en la pluma y Juan Giménez... también en la pluma, pero dibujando, esta historia se publicó en Francia. Es una ciencia ficción tan desolada y desesperanzada como su título sugiere. Cuenta la leyenda que Giménez hizo una versión en blanco y negro (originalmente fue publicada a color) para que pudiera ser publicada en la Argentina por un temita de costos.

Alack Sinner (1975)

Carlos Sampayo escribe y José Muñoz pone blanco sobre negro a las vivencias (porque no llegan a ser aventuras) de este detective privado. Fueron publicadas originalmente en Italia y, después, en Francia, Argentina, Holanda, México y un buen etcétera. Lo único a tener en cuenta es no leerla un domingo por la tarde. El golpe de tristeza y melancolía puede ser demasiado fuerte.

“Lo que me gusta la leche condensada no tiene nombre… tal vez, vicio”, Machuca se reía solo. Godzilla soltaba un suspiro oportuno, tanto que no hubiese sido descabellado suponer que entendía toda la situación y no compartía el sentido del humor de su chofer circunstancial. Esperaba y deseaba que la oleada de azúcar y euforia que excitaban a su compañero no durase demasiado. “Vos, por ahí, te preguntás qué taaaanto le puede gustar. Y, en la esca…”. Otro suspiro. Machuca, conservando una mano en el volante, levantó la lata que guardaba el delicioso brebaje azucarado cual ídolo sagrado con toda la intención de proseguir con sus halagos. Entonces, un destello en el horizonte los alcanzó en un par de segundos. Fue como estrellarse contra una pared de luz blanca. Un ligero temblor había sido el preludio de todo aquello. El auto zigzagueó en la ruta hasta detenerse en la banquina.

Cuando nuestro desorientado protagonista logró recomponerse y abrir los ojos…

A la sombra del vientre y entre las patas de una criatura extraña, pudo distinguir algunos restos que no se animó a suponer qué podrían haber sido. De esa postal grotesca lo distrajeron los gritos de un chico: “Pomoć. Molim te pomozi mi”. Pálido, alto y delgado, el pobre se movía como un gato intentando zafarse del abrazo asfixiante de un chico demasiado efusivo. Unos girones de tela -lo que fuera una campera pesada para la nieve- lo mantenían unido a la bestia. Gateaba, se arrastraba y giraba solo para mantener la distancia que lo libraba de sentir colmillos de 20 centímetros de largo cerrándose sobre sus pantorrillas. Estaba claro que era únicamente cuestión de tiempo. En el segundo que pudo manejar el espanto que la escena le generaba, Machuca revisó a Godzilla. Temblaba ante la visión de la bestia antinatural. Cerró las ventanillas del auto para evitar que, movido por el pánico, su carpincho intentara escapar… O sencillamente se estaba escondiendo dentro del auto hasta que todo terminara.

Machuca miró las llaves del auto. “Por ahí, con suerte arranque y listo, nos vamos”, pensó. Pero, incluso con las ventanillas cerradas, los gritos no lo dejaban en paz. Fuera por los pisotones de la bestia o por alguna indescifrable cadena de misteriosos engranajes que nos llevan a lugares donde no pedimos estar, esa precisa encrucijada geográfica y temporal hizo que las cinco historietas cayeran sobre su espalda. Y qué peso tan inoportuno fue ese para tomar una decisión. Y en un parpadeo, muy a su pesar, la decisión ya no existía.

Con un par de piedras y muchos gritos le hizo frente a la bestia. Esta alzó su cabeza ante el primer piedrazo. El metro sesenta de Machuca no explicaba a la bestia ese ataque inesperado. La distracción, el asombro y la indignación del depredador le dio al niño pálido el tiempo necesario para zafarse de sus ataduras. Salió corriendo para el lado del monte, ciego de miedo, ajeno a toda razón. Era un grito de llanto y mocos perdiéndose entre los yuyos. Pero Machuca no tenía forma de ir a buscarlo, la bestia le exigía una satisfacción. Él le contesto con otra piedra entre los ojos y su legendario pique corto zigzagueante. Ese que, durante años, había sido su sello distintivo a la hora de burlar a los defensores del otro equipo, también funcionó con la bestia. Era demasiado pesada como para seguirle el paso.

Machuca corrió, salto y se arrastró para conseguir más piedras. Una fue a dar contra uno de los ojos de la bestia y, por un instante, pensó que tenía alguna posibilidad de salir vivo de esa batalla. Eso es lo que hacen las historietas. La victoria duró poco. No le alcanzó siquiera para recuperar el aliento. Afortunadamente, el auto se veía cada vez más lejos. Godzilla estaba a salvo. Sin embargo, a él se le acababan la energía y las piedras. El último zarpazo le arrancó una de las mangas de su cangurito. Después, un ligero temblor y, nuevamente desde el horizonte, una pared de luz blanca.

Machuca retrocedió arrastrándose por el suelo, entre yuyos ásperos y puntiagudos. Los ojos todavía veían blanco. Después, manchas; después, colores... Después, nada. Ni bestia, ni auto, ni Godzilla. Machuca no podía levantarse. Otra vez estaba solo. 

Etiquetas: Biblioteca del Fin del Mundo La columna de El Santa

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