Los paisajes que hemos visto
“Siempre quise conocer las cosas que había visto en fotos”. Esta simple frase se puede aplicar en muchos momentos de la vida, con diferentes intenciones y alturas morales. A los quince años, este deseo sería algo que difícilmente podría compartirse en una reunión familiar sin generar cierta controversia, llantos y el guiño cómplice de algún tío picarón. Afortunadamente, este ya no es el caso: hoy me refiero a las construcciones, lugares y monumentos que uno, como estudiante de Bellas Artes, estuvo investigando durante años.
Al poner un pie en Roma es inevitable que la expectativa crezca, que un golpe de adrenalina suba por la columna vertebral hasta la nuca y uno termine dando un agudo grito de emoción en la puerta del aeropuerto. Al contrario de lo que uno puede suponer, es fácil llegar a los monumentos, iglesias y ruinas destacadas. Sólo se necesita seguir el río de gente que no habla en italiano. Primero se toma noción de lo cerca que está todo, de cómo a la vuelta de cada esquina hay una iglesia de importancia superlativa en la historia del arte (que, generalmente, es la historia del arte occidental). Al ver el Coliseo o la columna de Trajano entre algunos edificios viejos, comencé a sentirme como Arnold Schwarzenegger…
No, no me equivoqué al tipear (de todas formas, ¡cuánto debería equivocarse uno al tipear para que el resultado fuese Schwarzenegger!): empecé a sentirme como Douglas Quaid (si estás leyendo esto y tenés más de 30 años, seguramente tus ojos se llenaron de nostalgia), protagonista de El vengador del futuro (Total Recall).
Está peli, joya y exponente destacado de la acción ochentera, está basada en un relato corto de Philip K. Dick. Me disculpo si me voy un poco por las ramas, pero no puedo seguir escribiendo sin mencionar a su director, Paul Verhoeven. Alemán y polémico, supo darnos joyas como Robocop, El hombre sin sombra y la recordada Bajos instintos (y acá un quinceañero en los tempranos 90 también podría parafrasear la línea que abrió esta columna).
Volviendo a Dick, se trata de uno de los escritores más destacados de la ciencia ficción, además de hombre atormentado y con un gusto particular a la hora de titular sus obras. Es responsable de El hombre en el castillo (1962), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), Una mirada a la oscuridad (1977) y Lo recordamos todo por usted al por mayor (1966). Este último es el relato corto que inspiró no solo la película de Arnold, sino también el manga y posterior anime de Super Agente Cobra (1974-1984). El punto de inicio de estos relatos presenta un hombre que recuerda cosas que jamás vivió. Así, Arnold recordaba todo un matrimonio y años de trabajo en la construcción que jamás habían existido.
Cuando caminaba por algunas calles de Roma, encontraba fachadas, esculturas, pinturas y ruinas que, extrañamente, recordaba con cierta familiaridad. Pero, esta vez, las cosas no estaban ensombrecidas ni privadas de detalles por ser la fotocopia de la fotocopia de algún libro que nunca compré: ahora, todo estaba en HD. Incluso sentía el frío de las viejas construcciones, la humedad, la verdadera magnitud en lo monumental de las cosas. La historia se vuelve real... Y, con tantos detalles, se pierde un poco la magia de la idealización.
Saliendo de lo que fuera el Panteón (pervertido después en una iglesia), me alejé del río turístico para perderme en calles menos populares. Mientras pensaba en la cursi y machacada frase esa que dice algo así como “uno viaja cuando lee” -y con una eficacia destacable-, rápidamente me perdí para terminar caminando por una ciudad. Y esta fue la más sorprendente de las revelaciones: una ciudad, aunque sea una “ciudad eterna”, siempre es una ciudad, sin importar cuánto mide su edificio más alto o cuántos kilómetros cuadrados ocupe… Todas las ciudades tienen a sus enamorados y detractores, a los que quisieran irse pero no pueden o los que llegan sin querer, a sus marginados (con caras de estar ocupando un lugar robado en el colectivo) y pungas (quienes describen una perfecta espiral aurea alrededor de sus posibles víctimas), a la policía cuidando lo que no tiene, a los dueños y viejos…
Algunos elementos son comunes, porque todas las ciudades son el fruto del amontonamiento humano y las bajezas y virtudes son inherentes a la especie. Por eso, creo que las ciudades sirven y son atractivas sólo si vamos buscando su pasado, como una autopsia arquitectónica. Todo el resto es iteración. Y yo prefiero lo despejado. Yo prefiero los paisajes.
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