Marvel y su maravilloso universo

Antes que nada, quiero agradecer a Gastón Latorre, enciclopedia ambulante de la historieta y el cine ochentoso, quien me ayudó con los datos y detalles del mundo Marvel.

Hablemos del “universo compartido”… Sí, esa innovadora idea que lleva un par de años convirtiendo a las películas de superhéroes en capítulos seriados de cine.

Es algo así como que un par de personajes ficticios de diferentes autores hagan referencias o apariciones cruzadas en las obras de unos y otros, como pasaba con Lovecraft y su círculo de amigos epistolares. En el cine, las viejas películas de Universal también tuvieron sus monstruos clásicos cruzándose en películas cada vez de menor presupuesto y calidad. Pero esto es algo nuevo porque, con Kevin Feige a la cabeza (el tipo que lleva las riendas del Universo Cinematográfico de Marvel), se establece un canon y se cristaliza la idea de franquicia en el cine.

Iron Man: la apertura universal

Corría el año 2008 y, en lugares como Mataderos o Gaiman, leer historietas o saber quién era Abe Sapiens o Tony Stark era un camino seguro a la virginidad y al escarnio diario. Entonces, se estrenó Iron Man (basada libremente en Tales of Suspense Vol. 1 #39 en la que Tony Stark es secuestrado por Wong-Chu, lo que lo lleva a construir el famoso traje) y, sobre los hombros de Robert Downey (podríamos dejar el “Jr.” de lado: el hombre ya tiene 53 años), comenzaría a construirse el Universo Cinematográfico de Marvel.

En 2008 también vio la luz Punisher: War Zone, tercera película del personaje, muy gore, muy violenta… Punisher, en fin. Otro fracaso estrepitoso (aunque a mí me encanta).

Un año antes, Sam Raimi había dado el golpe de gracia a su “duología” de Spiderman con Spiderman 3, película de la cual reniega por la cantidad de imposiciones que tuvo por parte del estudio. En 2007 también se estrenaron Ghost Rider (un minuto de silencio) y la segunda película de Los Cuatro Fantásticos que, bueno…, podemos decir que es la mejor película de este grupo.

Y, en 2006, había cerrado la primera trilogía mutante que empezó con el milenio, muy lejos de los parámetros que ahora parecen ser la Biblia para la manufactura de películas de superhéroes: ya casi nadie se acuerda de Hulk de Ang Lee, estrenada en 2003, mismo año en que apareció Daredevil.

Como vemos, nadie parecía tener asegurado el éxito en adaptaciones de cómics al cine, hasta que, con un presupuesto aproximado de US$140 millones, Jon Favreau (que para muchos será siempre “el novio de Mónica que quería ser campeón de artes marciales mixtas”) se sentó en la silla del director: Iron Man fue un éxito y marcó el espíritu del futuro Universo Marvel, que bien podría llamarse Universo Tony Stark. Ese mismo año, la otra apuesta de Marvel había sido El increible Hulk con la dirección del francés Louis Leterrier, quien recibió un presupuesto de US$150 millones. Pero la segunda película del gigante verde, donde nos presentan a La Abominación (un Hulk más malo, cosa que en pasa el cómic Tales to Astonish #90), no tuvo una buena acogida del público ni recaudó tanto como la de Favreau, por lo cual quedó en el olvido y aclaró el camino que se debía seguir.

Iron Man, caballo ganador provisto de fotografía a cargo de Matthew Libatique, es despojada, naturalista. Nos muestra entornos mundanos, un “de todos los días” donde la aparición del traje totalmente palpable nos maravilla porque nos hace creer que esta tecnología está a la vuelta de la esquina. Downey encarnó al Tony definitivo, un vendedor de armas disfrazado de CEO, un genio alienado, egoista y obsesivo. Un personaje tan poco querible que es a través de su ironía y humor, sus “metidas de pata”, que llegamos a interesarnos en él.

Thor: el cambio para que nada cambie

Pero ¿qué pasa cuando los picos de una obra deben convertirse en el común denominador de todo un universo? ¿Qué hacer si el protagonista y el entorno cambian o tenemos que contar algo épico, más teatral? Una historia donde, como en el romanticismo, el entorno no pudiese estar ajeno a lo que pasa. Imaginen un choque colosal entre varios héroes, las lealtades y amistades puestas en juego, un momento de gran tensión física y emocional. Ahora, imaginen el escenario acompañando estas intenciones… Pero no: mejor no cambiemos de rumbo y que la lucha se desarrolle bajo un cálido sol de media tarde

De la mano de Kenneth Branagh, Thor llegó en 2011, después de la “funcional” segunda parte de Iron Man (2010), en la que veíamos lidiar al protagonista con los peligros de su traje y ciertos problemas de alcoholismo; era un poco más de lo mismo, con más hologramas y un traje cada vez más -literalmente- increíble. Pero Asgard no puede estar más lejos de la tierra, y el Dios del Trueno no puede estar más lejos del señor Stark. Por eso, lo que Thor necesitaba como contexto para transmitirnos su idea de héroe está muy lejos de la fórmula de Iron Man.

La primera película del asgardiano está partida en dos: Asgard por un lado, la Tierra por el otro, opuestas entre sí en cuanto a lo que intentan hacer: “Jorge, hagamos una película de Thor, que es un dios, pero acordate que en EEUU se enseña el creacionismo junto con la evolución, así que no insinuemos que hay más de un dios… que no sean dioses. Contratame a un director que haga obras de Shakespeare, pero que no se aleje mucho del canon de Iron Man, que sabemos que ya nos funcionó dos veces”.

Con lo anterior, no me refiero simplemente al “humor” -tan mencionado hoy en las opiniones de los fans- como el “asesino” de películas. Si volvemos a Die Hard, veremos que está llena de chistes, pero cada uno es funcional a la historia y ninguno desmerece la construcción del carácter del héroe “de a pie” de John McClane; tampoco iba en contra de Stark. Pero Thor ni siquiera es un hombre, y es por eso que no puede ser gracioso del mismo modo que lo es Stark.

No es mi intención ponerme a discutir sobre agujeros de guión, lógica o si el plan del villano era ridículamente complicado o no, porque, después de todo, son películas de fantasía (puede ser fantasía con un pie en la ciencia ficción, o en la comedia, o en el terror, y así). Y el análisis, en mi opinión, va después de la experiencia fílmica. Si al momento de ver una película te ponés a analizarla, es porque no te ha embelesado lo suficiente, pero si la suspensión de la incredulidad no se interrumpe, si durante esas dos horas logran contarte el cuento sin que te importen las cosas que están fallando, el trabajo ya está hecho y todo análisis posterior será anecdótico.

Sí hubiesen sido otros tiempos, tal vez hoy por hoy podríamos hablar de un Universo Bruce Banner en lugar de uno del hombre de acero, y estaríamos frente a un panorama totalmente diferente. Piensen qué clase de universo habríamos tenido si el punto de partida hubiese sido Unbreakable o Push. Y esta elección no tiene nada que ver con fundamentos artísticos o amor y respeto a los personajes.

“Franquicia de películas” es algo que vengo escuchando hace tiempo. Y una franquicia no es más ni menos que darle a alguien el cómo hacer las cosas, el permiso y la obligación de hacerlas de ese modo. Cualquiera que me conozca sabe que soy fan de Dago, una historieta que cuenta las aventuras y desventuras de… Dago (porque le cortaron la cara con una daga).

Es una especie de Sandro, un galán, espadachín y exesclavo que vive en la Venecia renacentista y viaja por el mundo. La cosa es que las historietas de Dago son siempre iguales: cambian lo paisajes y los personajes secundarios, pero ya sé qué va a pasar. Y eso es Indiana Jones, Freddy (la de los 80), James Bond… Pero no quisiera ver a Hellboy hecho a la manera de Dago, porque sé que de ese modo el personaje no tendría su mayor desempeño y quedaría bastante desdibujado. Es lo que creo pasó con Thor en Thor: Ragnarok. Finalmente, le encontraron la vuelta para meterlo en la franquicia Marvel.

Capitán América: rumbo fijado

2011 fue el año de Capitán América, el primer vengador de Joe Johnston, quien tenía en su haber Rocketeer y October Sky. En esta película pasa algo parecido a Thor, pero por razones diferentes.

Está el nacimiento del Capitán, su deseo de ir a “luchar por la libertad” contra los nazis… Solo que no pelea con ellos, sino contra el ejército inventado de Hydra, una división científica que se separa del ejército alemán antes de enfrentarse al Capitán, y que genera armas que disparan rayos: con un giro cinematográfico de cintura, nos sacamos de encima al nazismo y a la violencia propia de una guerra para quedarnos con su versión libre de gluten y apta para todo público. Después de todo, llegar a la mayor cantidad de salas es fundamental para asegurar el éxito de la cinta.

Hasta la mitad de la película tenemos una historia que nos promete cierto tipo de desenlace, pero en la segunda parte todo gira y se aleja del tono netamente bélico-Rocketeer que nos venía contando. Y acá es donde Marvel se anota todos los porotos al apostarle todo a la máxima que dice “en la repetición está el mito” o, si quieren decirlo con mala leche, “miente, miente que algo quedará”. Ellos saben que pueden hacer películas de un éxito discreto, “que salgan hechas”, asegurándose un buena distribución y un público masivo, mientras piensan a largo plazo. Porque eso es una franquicia: establecer los parámetros de un producto, repetirlo y ofrecerlo hasta venderlo. Pero siempre es el mismo producto.

Convengamos que este planteo trae dos serias limitaciones a la innovación y la originalidad: es imposible que algo como el Batman de Tim Burton aparezca en el universo Marvel, así como sería imposible ver a Deadpool haciendo equipo con Iron Man o con Wolverine. Porque esto no se trata de Marvel: cualquier franquicia funcionaría bajo las mismas reglas; cualquier franquicia le esquivaría al riesgo de generar algo nuevo ¿Alguien se imagina a Burger King cambiando las hamburguesas por choripanes? Para ejemplo, ya podemos ver a Deadpool en la franquicia Wolverine, que era heredera de la primera trilogía de X-Men. Logan (2017) solo fue posible cuando ya sabían que sería la última película de Hugh Jackman como Wolverine, y que no podían caer más bajo que con las dos primeras películas del mutante de las garras.

The Avengers: más leña al fuego

Y entonces llegó The Avengers, es decir, Iron Man, sus amigos y el Capitán América usando un “pijama” (afortunadamente, en las siguientes películas corrigieron ese error y volvieron a algo más cercano al traje original). Dirigida en 2012 por Joss Whedon, adapta en parte The Avengers Vol 1 #1 y, en parte, Ultimates #1 al #4 (Ultimate es el nombre que llevan Los Vengadores en los cómics Ultimates de la editorial, que abordan un universo alternativo que reinventa y reelabora los clásicos personajes).

Con un presupuesto de US$200 millones y pico, hizo una carrada de plata, lo que supone un éxito y algo que debe ser de gran calidad… Digamos que todos nos emocionamos. Tiene frases increíbles y soldados “malos” e “intercambiables” que se mueren por un golpe de Hulk o un flechazo de Ojo de Halcón.

Sea como sea, el Universo Marvel estaba ya establecido y funcionando. De ahora en adelante, todos sabíamos cada vez más qué esperar de una película Marvel, así como sabemos qué vamos a ver cuando nos sentamos frente a una creación de Tim Burton o de Spielberg. Nadie saldría de ver una película de Ron Howard diciendo “me sorprendió que no haya habido sexo explícito”. Nadie cierra una historieta de Mike Mignola y dice “qué raro, no había casi ningún fondo dibujado”. Bueno, ahora quien marca el rumbo por sobre los directores y guionistas es Jorge Marvel (Kevin Feige). ¿Es la primera vez que pasa?, ¿es la primera vez que se hacen películas "de estudio”? Claro que no. Es la primera vez que esto se hace tan evidente; el sello de “calidad” es justamente ese.

Una vez engrasados los engranajes, los estrenos fueron cayendo sin parar. 2013 fue el año de Iron Man 3 -que adapta libremente la saga “Extremis” de los cómics- y Thor 2 -que presenta a Malekith, un villano clásico-. Con críticas divididas, ambas películas hicieron el suficiente dinero en taquilla como para afianzar el rumbo. Al año siguiente, apareció una de las mejores películas de esta franquicia: Capitán América: Soldado de Invierno. Dirigida por Anthony y Joe Russo, la segunda entrega del nonagenario más vigoroso es una película compacta de acción. El diseño de producción fue mucho más sobrio y contenido; dejaron de tomarle el pelo a Steve Rogers y lo situaron en una historia donde pudo lucirse de cabo a rabo.

La fase final

Está claro que el canon de Iron Man es mucho más fácil de adaptar a una historia de acción y espías del Capitán América que a lo que sería un personaje místico (ejem). Pero, cuando se hace evidente que Marvel es una máquina imparable, es que vemos cómo puede posicionar de la nada un producto como Guardianes de la Galaxia. Y un día volvieron los 80 o, mejor dicho, los colores de esos años. Porque en los 80 también estaba Robocop, la cocaína, sangre a litros en cada disparo, fisicoculturistas y desnudos innecesarios. Pero los colores y la música volvieron. En un excelente ejercicio de nostalgia, estrenaron una superproducción basada en un grupo de marginados de segunda línea del universo Marvel.

En 2015 fue el turno de la segunda película de The Avengers y de la primera de Antman, ya dando por sentado que habría una segunda. Con más o menos objeciones, ninguna de los estrenos del estudio deja de hacer lo que toda película debe hacer: recaudar más de lo que costó hacerla. 2016 nos trajo Capitán América: Guerra Civil y Dr. Strange (que, de haber estado libre de las normas del universo compartido, nos hubiese podido ofrecer algo mucho más interesante que un mago que termina peleando mano a mano). En 2017 llegó Guardianes de la Galaxia vol.2, una nueva Spiderman y Thor Ragnarok (que también volvió a los 80 para poder funcionar dentro del universo de Iron Man); y 2018 recibió a Pantera Negra, la primera película de superhéroes protagonizada por un afroamericano, sin contar la trilogía de Blade o Steel (sí, sí, hay una película de Steel; búsquenla si tienen ganas de perder un poco más el respeto por la humanidad).

Pronta a estrenarse está Infinity War. Thanos, el villano tan largamente anunciado, aparece para reclamar el Guantelete del Infinito y destruirlo todo. Una historia que asoma épica, grandilocuente, monumental, trascendental… Todo lo que las películas de Marvel vienen evitando. Sí, en Thor 2 la existencia estaba en peligro y bla, bla, bla, pero los chistes nos recordaban a cada momento que, en realidad, nada malo podía pasar. Esta vez, lo que se promete es algo diferente. A cargo de la dirección, los hermanos Russo tienen el desafío de presentar a un villano que en verdad ponga en peligro a nuestros héroes. ¿Será posible hacerlo dentro de la lógica de la franquicia?

Las fuerzas del bien deberán unirse para luchar contra Thanos, el “alopécico”, y todos sabemos lo que va a pasar. Porque, desde hace ya un par de años, todos sabemos lo que va a pasar -y cómo va a pasar- en el universo Marvel. Porque, desde hace varias películas, Jorge Marvel dejó de intentar sorprendernos para evitar el riesgo de ofrecer películas fallidas, quitando así la posibilidad de lograr películas GENIALES.

Etiquetas: La columna de El Santa

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