Reconocer la vocación: una bella tarea
Tener una vocación es como tener una sentencia de por vida. Por ahí puede sonar muy drástico, pero no por eso menos cierto. Tener una vocación es como tener una pequeña vocecita que te habla todo el tiempo y que no va a dejar de hablar hasta que le des bola… Salvo que la voz diga que es Dios o te incite a prender fuego algo. Si es ese tipo de vocecita, dejá ya de leer esto y buscá ayuda.
Pero, si es “la voz de la vocación” la que estás escuchando, debo decirte algo que va a marcar el resto de tu vida: es mucho más cómodo no tener una vocación. ¡Claro que sí! Sin esa necesidad de satisfacer “eso” puntualmente, uno podría dedicarse a trabajar, ahorrar y consumir, que es básicamente lo que define la vida moderna (con suerte). Claro que, aun dándole bola a la vocación, uno va a seguir trabajando, ahorrando y consumiendo. Pero, sin ella, la cosa va por carriles muy diferentes.
Por ejemplo, digamos que tenemos a Jorge, un tipo feliz. Consiguió un laburo cómodo en el que gana bien, cerca de donde vive y se lleva bien con sus compañeros de laburo. Podríamos decir que Jorge está “hecho”. Su sueldo le permite ahorrar, tener sus cosas. Incluso tiene un pasatiempo. Digamos que… emm… le gusta coleccionar gnomos de porcelana fría (sabe dios por qué, pero así es Jorge). Discurre su vida de ese modo, tranquilo y satisfecho. Suma piezas a su colección de gnomos, mira series, sale a correr y, a veces, a comer… Pero, un día, el destino (o en este caso yo, puesto que soy el creador de este microuniverso donde Jorge es el protagonista) agrega una variable extra: hacer cortos de terror.
Como una infección, esta idea va creciendo en la cabeza de nuestro querido amigo. Todo pasa por un nuevo filtro: las series que antes miraba tienden ahora a ser de un solo género (ya adivinarán cuál); en sus ratos libres, toma a sus gnomos y, con acrílico, los convierte en zombis-gnomos aterradores; y cambia el póster de Yuyito González de su cuarto por el afiche de Dr Jeckill and Sister Hide.
Pero rodearse de esto que lo obsesiona no es suficiente. Y esa es la gran diferencia entre una vocación y un pasatiempo. El trabajo que antes le era útil y satisfactorio ahora le hace sentir que está perdiendo el tiempo. En las reuniones con su jefe y compañeros, fantasea que entra Jason y decapita a todos y cada uno de ellos, o que su colega Óscar se transforma violentamente en zombi y se hace un festín con los cerebros de todos.
Al año de haber sido “infectado”, Jorge ya se sabe el nombre de los grandes maestros del género. Además, investigó la importancia de la música para crear suspenso y sabe de maquillaje y cómo hacer sangre falsa. Sabe, también, que todo eso no alcanza, que no sólo quiere ser un “fan”. Convence a un grupo de amigos para actuar en su primer corto. Con la plata con que iba a comprarse una motito, se compra una cámara. Invierte el tiempo libre que le deja su trabajo en llevar a cabo este proyecto. Finalmente, y después de mucho tiempo, todos se juntan un la casa de Jorge para filmar La mano ensangrentada. El resultado: quince minutos de oscuridad, gente en pijama y seis litros de sangre falsa.
Jorge se sienta satisfecho en su sillón al ver su primer corto (mismo que odiará cinco semanas más tarde y que lo llevará a querer filmar otro). Sabe que modificó su rutina y sus prioridades, y que su tiempo libre ya no fue más libre… Pero ahora siente que comparte algo con esos grandes maestros a quienes admira.
Si sos como Jorge, te aconsejaría hacer lo mismo que él hizo. No hay otra salida, otra forma de sacarse esa incomodidad de no estar haciendo lo que uno siente que debería estar haciendo. Porque la vocación es como la belleza (acá nos metemos en un lío superlativo, pero creo que es acertado traer a cuento este concepto). Para mí, la diferencia que hay entre una vocación y un pasatiempo es la misma distancia que existe entre lo que consideramos bello y lo que juzgamos lindo.
A lo largo de los años, gente muy inteligente (o con mucho tiempo libre) intentó definir la belleza. Sabemos que este no es un concepto que esté por encima del marco cultural: lo que una cultura o época considera bello es indiferente para otras. Pero lo que permanece es la intención de que aquello que juzgamos bello sea considerado del mismo modo por todo el mundo. Podemos entender que algo sea “lindo” para nosotros, y no nos molestamos en intentar demostrar a otros por qué es lindo. Por el contrario, saber que algo es “bello” para nosotros y que nadie más lo ve así… Eso es un poco más difícil.
De todas las definiciones de belleza que leí en mi vida, la que más me gustó es la que dice algo así: la belleza es estructural; la belleza no necesita decoraciones, no le sobra ni falta nada. Por lo tanto es imperecedera. Ya sé, es una definición un poco tramposa que no da muchas “reglas” para definir algo bello. Pero sí nos habla de cómo nos hace sentir. La belleza no es algo accesorio que se puede quitar o poner. Y es algo completo que durará para siempre.
Cuando se comenzó a desarrollar el estilo gótico en la arquitectura, una de sus características más particulares eran los contrafuertes. A través de los arbotantes, permitían sostener el peso del techo, quitándole esa responsabilidad a las paredes, las cuales se volvieron más delgadas. Esto trajo consigo los vitrales, y el interior de las catedrales se llenó de luz. Luz coloreada. La idea: crear un espacio tan bello que nos inspirara a pensamientos y sentimientos elevados. Dejando de lado todo lo que sabemos de la religión de aquella época, no se puede negar que, como concepto, es bellísimo.
Jorge podría haberse divertido y haberle dedicado cierto tiempo a sus gnomos. Nunca hubiese hecho pública su colección, ni se le habría ocurrido que fuese algo que todos podrían disfrutar. Pero ahí está aquel corto de terror que logró filmar y subir a YouTube, Vimeo, DailyMotion; incluso a XVideos… Nunca un pasatiempo podría haber tomado tanto peso en su vida, ni hacerlo sentir tan pleno.
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