De ucronías y empanadas
Una reflexión sobre lo que pudo ser y lo que es
Está claro que no es una de las cosas más útiles que se puedan encontrar en el mundo. Incluso no es de lo más útil dentro del mundo de la literatura. Pero, con sus cosillas, las ucronías pueden ser una buena forma de reflexionar sobre la naturaleza de las cosas.
Puede ser que no estés familiarizado con esta palabra, pero de seguro ya has consumido algún tipo de ucronía sin que nadie te lo haya dicho. Como cuando en aquella tarde de verano alguien te pasó una empanada y sin aviso previo, el horror: uvas pasas. Entonces, debés afrontar la cruel realidad: la empanada, amable convite, tiene una o varias infiltradas de dulce sabor (es como comer una hamburguesa con mermelada)... Y, así como la empanada tiene un lado peligroso al venir secretamente preñada de ingredientes imprevistos, la ucronía conlleva riesgos similares. Pero, empecemos por la parte divertida, el repulgue. Y hablo del repulgue hecho con los dedos, ese que parece una trenza andina gruesa y esponjosa. ¡Digámosle no a quien cierra la empanada con el tenedor!
El hombre en el castillo (The man in the high castle), de Philip K. Dick (1962) es, probablemente, el relato ucrónico más popular que uno puede encontrar, tanto por cualidades propias como por la adaptación en formato de serie de TV que se estrenó hace un par de años. ¿Qué pasaría si los alemanes y sus aliados hubieran ganado la segunda guerra mundial? Sobre esta premisa, Felipe construye su historia.
Cualquier lector de historietas Marvel estará pensando en este momento en la línea What If...? (¿Qué pasaría si...?), serie de cómics que, justamente, propone historias alternativas a partir de un hecho puntual. ¿Qué pasaría si la araña radioactiva que le dio los poderes a Peter Parker hubiese picado al Tío Ben? O, mejor aún, a Keanu Reeves. ¿Qué pasaría si, en lugar de dejar que The Falcon volara con dos precarias alas que lo dejan expuesto a caídas y golpes, Tony Stark le hubiese regalado una de sus armaduras? (cosa que cualquier persona decente haría).
Los lectores de DC Comics tiene sus propias ucronías presentadas bajo el sello Elseworlds (Otros mundos): un mundo donde Superman es el abanderado de la Unión Soviética. Un mundo donde Batman no subcontrata a jóvenes y adolescentes para que hagan su trabajo y marcarlos física y emocionalmente para siempre.
En el cine, y por nombrar casos donde las ucronías entran de puntillas y sin avisar, podemos mencionar dos películas de Tarantino, Inglourious basterds (Bastardos sin Gloria, 2009) y Once upon a time in Hollywood (Érase una vez en Hollywood, 2019). En la primera, Hitler tiene otro final, cosa que cambia el curso de la guerra y de la historia (ya no podría venir a vivir a Bariloche o, como les gusta decir a los X-men, Villa Gesell). En la segunda, los protagonistas evitan el crimen de los seguidores de Charles Mason. Y acá podemos ver algo fundamental a la hora de pensar una historia alternativa: el punto que se modifica es crucial. Cambiar las circunstancias en la que muere Hitler, cambiar el resultado de la Segunda Guerra Mundial conllevaría modificaciones fundamentales para el mundo de hoy. Y evitar el asesinato de una o varias luminarias del cine… Digamos que llegar a un cambio sustancial de la historia a partir de ese punto sería un ejercicio mucho más exigente para nuestra imaginación.
El contrastar lo que es con lo que podría haber sido puede ser un campo fértil para la reflexión sobre lo que hoy tenemos normalizado. Cuestionarse lo que es y lo que se ha construido a través de la historia siempre es saludable. Pero, ¿qué pasaría si el ejercicio se invirtiera? Si, a partir de lo que ahora es, se genera una nueva historia. ¿Qué pasaría si ese ejercicio de reflexión se pervirtiera y empezáramos a encontrar pasas de uva?
Antes de seguir debo aclarar que, a partir de este momento, entramos en un cono de dudas y preguntas a las cuales aún no les encontré respuestas. Hace poco, dos historias llegaron hasta mí como a quien le acercan una bandeja llena de empanadas. La primera fue Hollywood, serie estrenada en Netflix en 2020. El arte y la fotografía de la serie son impecables. El guión…
A ver, si no viste la serie y querés evitar “espóileres” va a ser mejor que dejes de leer. El guión, en resumidas y atropelladas cuentas, es el siguiente: un ignoto guionista afrodescendiente y abiertamente homosexual logra. con la ayuda de un novel director, hacer una película protagonizada por una actriz tan novata como los dos protagonistas anteriores (afrodescendiente también ella). Este trío -y un par más de personas reñidas con la moral chotísima de la época- logran llevar a buen término un proyecto revolucionario en una sola movida y sin mayores inconvenientes.
La segunda ucronía está más camuflada y tal vez su contexto haga que este “análisis” sea excesivo: es La Dama y el Vagabundo, la versión de 2019. El largometraje animado original se estrenó en 1955. En esta nueva versión, la pareja humana protagonista es una pareja interracial. La película nos muestra una sociedad mucho más integrada y diversa de lo que uno puede esperar, teniendo en cuenta que la acción transcurre en Savannah, Georgia a principios del siglo XX. Y decía antes que, tal vez, le esté dando demasiadas vueltas al asunto, ya que es una película para niños. Y, ciertamente, no estoy hablando de la sana tendencia de incluir protagonistas que no sean caucásicos en las nuevas series y películas. Voy al hecho de contar una historia que no fue. Un ejercicio que nos pone al borde de olvidar las luchas que tuvieron que darse y que, convenientemente, baña de una barniz de bondad a la sociedad toda. Si las victorias fueran tan amables, así de amables debieron ser quienes detentaban el poder.
Cualquiera que haya visto esta version podría quedarse con la idea de que el mayor problema que una pareja interracial podría tener en esa época y en ese contexto sería lidiar con el extravío de su perro. Me pasa lo mismo con Hollywood: mostrar lo fácil y rápido que los protagonistas logran imponerse y triunfar por sobre los prejuicios de la industria cinematográfica en 1947 tal vez nos haga olvidar un poco las penurias que debieron pasar todas las personas que no se ajustaban a los estancos parámetros morales de la época.
Si quisiera contar la historia de un mapuche en el Virreinato del Río de la Plata, bueno, tal vez no debería elegir poner a mi personaje en un sitio a donde difícilmente podría haber llegado. Si en lugar de contar la historia de Pepe Brown, un comerciante que emprende una travesía para cruzar el estrecho de Magallanes, contáramos la historia de Ernesto Calbucura, un comerciante que emprende una travesía para cruzar el estrecho de Magallanes, estaríamos contando la misma historia de siempre con un improbable agregado exótico. Nada original. Además, estaríamos perdiendo la oportunidad de contar la historia de Calbucura, lonko mapuche, con sus caballos y sus adornos de plata, sus mujeres, su vida en ambos lados, la guerra contra los winkas... y tantos etcéteras que no doy abasto.
Pero bueno, tal vez esté analizando por demás dos historias inofensivas. De lo que estoy seguro es que las historias nos deberían inspirar a ser mejores y no hacernos pensar que fuimos mejores.
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