Dibujante Busca: La personalidad del autor en la industria de la historieta

En esta nota El Santa contrasta dos visiones del arte de ilustrar: la del creador de arte ¨de autor¨ y la del artista contratado por la industria editorial, y las diversas formas de su influencia.

 

Día atrás hablaba con un amigo sobre la industria de la historieta en Estados Unidos. Él recientemente había estado en la ComiCon, y como es ya una costumbre, nos traía (a mí y a Manu, amigo y compañero de la escuela) las noticias y chismes que había cazado en esa sacrílega Meca posmoderna.  

-¿Pero vos qué tenés ganas de dibujar?- preguntó algún editor cuyo nombre no recuerdo.
-A mí me da lo mismo, yo puedo dibujar cualquier cosa - contestó cierto dibujante de renombre.
-¡Ah, pero sos el sueño de todo editor! Un dibujante que puede dibujar lo que sea.
 
Esta anécdota en tres líneas puso sobre la mesa dos posturas “opuestas” en las que un -puntualmente en este caso- dibujante de historietas (aunque se puede aplicar a todas las disciplinas artísticas-creativas) puede ubicarse. Por un lado tendríamos la idea del dibujante como parte integrante de un cuerpo más grande. Como una pieza intercambiable. Dentro de una editorial: sería el dibujante que un día está haciendo los fondos para Scooby-Doo, dos meses después dibuja una historia de terror, y termina  el año dibujando súper héroes. En la otra vereda estaría el “dibujante de…”. Dibujante, que por afinidad o gusto se inclina por cierto tipo de estética y temática.     

Si bien con la técnica, la práctica y la observación, cualquier dibujante puede lograr cierto rango de… Mmm, no, no, esto es demasiado técnico. Cómo podría explicarlo mejor. Imaginen que cada dibujante “tiene una línea adentro de su mano”, una forma de entender y representar la realidad. Así habrá dibujantes que serán excelentes para hacer humor pero fallidos en un policial negro. En caligrafía lo llamaron ductus, es la impronta que cada uno le imprime a su letra a la hora de escribir: la inclinación de los “palitos”; el ritmo, el espacio que dejamos entre letra y letra, la presión que ejercemos… En fin, todo eso se puede aplicar a los dibujantes. El ritmo al trazar una línea, la síntesis que elige hacer al representar las cosas, los encuadres, la iluminación, una suma de elecciones inconscientes que nacen a partir de todo lo que el artista haya visto, estudiado y admirado, hasta el momento mismo de sentarse a dibujar. 

La superación de esta “línea natural” o impronta sobre la hoja, más allá de ser una falacia, es la negación de la persona detrás de la obra. Porque cuando te mandan a dibujar al famoso Gran Danés, azote de fantasmas apócrifos y piratas “bipedos”, difícilmente dejen al dibujante de  turno (que ahora podrá lucir en su Curriculum Vitae “Y también dibuje a Scooby-Doo, que es re famoso”), reinterpretarlo según su gusto y estilo. Y ojo que no hablo de las diferentes encarnaciones animadas de la serie (sí, soy un gran seguidor de Scooby Doo), sino de los muchos dibujantes que laburan anónimamente para crear la versión en historietas de esas aventuras televisivas. Su trabajo será reproducir la línea de otro artista, para poder continuar con una franquicia. Entonces, en este tipo de producción, el dibujante pasa a ser más un trabajador seriado, que un verdadero autor creativo. 

En esta mecánica de producción, el factor más determinante de su trabajo será cumplir con los tiempos de entrega. Toda herramienta que lo disminuya, será bienvenida: como por ejemplo el Sketchup, programa  (gratuito) que genera ambientes y objetos en 3D, los cuales se puede acomodar en diferentes perspectivas, ahorrando valiosos minutos de bocetado y andamiaje geométrico.  

Frente a este dibujante veloz y versátil tenemos el otro modelo, el tipo que elige dedicarse a ciertos géneros, a cierta estética. Claro que esta clase de autor es funcional a otro tipo de industria (La industria de la historieta europea, promueve y se nutre de estos dibujantes). Incluso, dentro de la historieta estadounidense de grandes editoriales, sus “estrellas”, son justamente dibujantes de gran personalidad, autores que dejan un fuerte sello en sus obras: Frank Miller, John Byrne, Tim Sale, Frank Quitely… y después están los cientos de obreros que recrean y siguen los lineamientos estéticos creados por los autores de renombre. 

En mi opinión, la gran diferencia entre una postura y otra está en el peso de la palabra “autor”, en hacerse responsable de su obra...  Sí, eso sonó demasiado ominoso, pero sólo porque al pensar en una “obra de autor” pensamos, por lo general y malamente, en obras leeeeeeeeentas y pretenciosas. Pero lo que realmente debería significar esta frase sería: una obra donde el autor puso su corazón y su esfuerzo, una obra que hizo convencido de ella, una obra que está dispuesto y gustoso de defender… De golpe me vino a la mente la tetralogía de Mad Max ¿Podría alguien no definir estas películas como cine de autor? El compromiso con una obra no tiene nada que ver con géneros, no tiene nada que ver con un medio artístico. Es simplemente querer hacerse cargo de lo que uno dice.

¿Existe la producción irresponsable? Y creo que esa es la base de todo, y es la gran diferencia entre estas dos posturas. Cada productor audiovisual, cada creativo, cada diseñador gráfico, cada historietista, dibujante o ilustrador, cada diseñador de videojuegos está enviando un mensaje y es su mano quien le da forma. Si Usted señor/a lector/a en algo se parece a mi, gran parte de su horizonte cultural habrá sido forjado por los productos masivos de la cultura popular. Y detrás de todas esas producciones hay un ejército de creadores más, o menos, interesados en las repercusiones de sus obras. Y si por un momento creen que estoy llevando fuera de toda proporción este tipo de temas, piensen en todos los filósofos y grandes pensadores, autores de libros que publicaron, nacieron y murieron en los últimos 25 años… Ahora piensen en Los Simpson… Ahora señalen quienes influenciaron más al mundo, quienes nos influenciaron más.

Al sentarse frente a su tablero de dibujo, cintiq, PC, lienzo, arcilla, madera… lo que sea, siempre que un autor esté a punto de poner sus destrezas al servicio de un mensaje, debería saber que también es su momento de “hablar” y que ese también será su mensaje  (sin importar que la obra sea por pedido, su autor siempre puede poner el “entre líneas”) y las consecuencias de este son siempre inciertas.   

 

por Adrián Santelices (El Santa). 

Co-Fundador de la editorial Panxa (Premio a la Mejor Edición de Nueva Historieta Argentina en Comicópolis 2014), ilustrador y guionista. Profesor y Coordinador de los Cursos de Formación Profesional de Realización Integral de Comics.

Etiquetas: Animación Diseño Gráfico Ilustración y Comics La columna de El Santa

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